Tuesday, January 31, 2006

LOS BUENOS MATRIMONIOS

LOS BUENOS MATRIMONIOS
Las pretéritas y venerables costumbres piadosas de los cónyuges en nuestra Patria se han visto perturbadas y viciadas de un tiempo a esta parte por la pútrida influencia de la televisión y el aumento de universitarios, con ideas gozosas para el budismo (v.g. cubrir quinielas) y Luzifuego sobre el cuerpo, la moral, las tinturas capilares y el uso del dentífrico y los cepillos de dientes; costumbre horrenda y execrable por las que tantas almas son llevadas al Infierno para habitar en el ano del Diablo, lugar reservado a los que siguen la llamada “higiene bucal”.
¡Qué edificante era observar antaño los parques y plazas públicas que, en Domingo a la mañana, se llenaban de cristianísimas familias humanas que con el ceño fruncido paseaban silenciosamente recitando para si, salmodias y relatos sobre los santos! ¡Bendito zumbido de Fe que gracias a tales rezos envolvía las plazas y callejuelas desorientando a los noctámbulos zampapenes ¡ ¿Cuántos de estos nauseaubundos amadamados entontecidos por el clamor del divino panal se arrojaban a fétidas bocas de alcantarilla o se evisceraban con un orinal herrumboso ? ¡Qué bonito era ver a aquellos matrimonios de orondos creyentes sin capacidad de vislumbrar el suelo que pisaban por sus enormes y merecidas barrigas y por la recua de pequeñuelos vástagos, que rodeándoles cuan plaga inocente, imitaban gozosos los alaridos y gemidos de los mártires, deseando ser sus émulos en el cadalso o en cualquier parrillada de paganos, y esperanzados pensando en las flagelaciones que, merecidamente, sus virtuosos progenitores les aplicarían con el Santísimo Rosario, ya abollado por los golpes, a modo de piadoso látigo.¡Qué alegría para esos angelillos mostrar las cicatrices cruciformes a sus amiguitos, compitiendo entre ellos por ver quién las tenía más numerosas y profundas! ¿Como no rememorar las tardes del Día del Señor, en donde las calles vacías solo se quebraban por los jadeos y agudos chillidos de las bondadosas esposas adiposas, que recibían fascinadas las fustas de sus lardos maridos por ser las desencadenantes de todos los males conocidos y por conocer; por el santo soniquete del rosario; o los berridos quejumbrosos, olor a carne quemada y luminarias similares a la combustión de moscas , claros signos de algún milagro o aparición mariana.
Recordemos a nuestros bisabuelos, excelsos liparios: él, vestido indefectiblemente de negro o gris sin más concesiones al cromatismo que una auténtica coraza de escapularios, crucifijos y medallas de santos y vírgenes; con rostro hierático surcado en arrugas no camufladas al modo de los extranjeros y los sodomitas (permítanme la redundancia); adornada su faz por varias polisárcicas papadas, pobladísimas cejas, vello auricular y señalada su cabeza por una alopecia digna de San Pedro, cuya brillantísima calva era señal de santidad y de exceso de yodo en su dieta; ella, con perpetuo luto por los familiares difuntos, agonizantes, recién nacidos o por fallecer, con el pelo corto o rapado para evitar la incitación a la lascivia con lujuriosas y sugerentes melenas al viento y a las temidas enfermedades craneales como el arador de la sarna, el sarro, la tenia que provocan agnosticismos e inobservancia de la santificación de las fiestas, amén de matriculaciones en gimnasios, saunas y clases de jerigonzas extranjeras (gabacho, occitano, etc.), gruesos pelos de afiladas cerdas que atraviesan las tupidas medias de lana que no se despojan desde la primera comunión, pechos secos como pasas y abatidos hasta la cintura, ¿Y qué es lo que vemos ahora? Madres de familia antaño bienhechoras del hogar dominadas por ese poderoso pesticida llamado laca para el pelo, droga terrible que las bambollas hembras se aplican para endurecer la melena, deseosas con ese símbolo de que al macho se le endurezca el pene (¡hazaña baladí!), y cuyos efectos inebriadores entre las usuarias son demenciales (decoración doméstica propia de una mazmorra o de una clínica, visiones de famosos cantantes ya fallecidos, don de lenguas muertas…) embelesadas y lamineras ante la verga de su esposo o barragán, veraz gulusmeada golosina cubierta de blanquecinas virutas (ergo panizal lácteo), ciénagas babas de barrillos amoratados y pardos, palpitando húmeda y oleosa, enhiesta al verse rodeada de venas con ánimo propio. ¡Ah, glotonas zangarillejas que retortijándoos y trepidando os las prometéis muy felices ante la idea de hacer salir chispas y humo de vuestra enardecida vulva! ¡Valientes rameras! Pues os las daréis contra un miembro manso y mesurado que no hará caso de vuestros vapores, lagoterías, lengüetazos y garatusas; y al que sólo le alegra y anima el Himno Nacional o la visión de un coche fúnebre.
¡Qué tragedia observar como las esposas se arrancan el vello facial o perineal con agudisimas pinzas de discordia mientras sus humedecidos sexos se estremecen, gimotean y se desgañitan al imaginar su cuerpo libre de todo pelo igualandose a pasadas aberraciones artísticas (Rafaela Carrá, Diana de Gales, Sissi Felatriz), prescindiendo del mentón repleto de pilosidades negruzcas o patillas rizadas que lucía Nuestra Señora de Almendralejo! ¡Qué pavor moral contemplar como el marido prescinde del sarro narcotizador de relaciones extramatrimoniales lavándose los dientes incluso hasta llegar a que las encías sangren (lo que debería de sangrarle sería el ano por lavarlo en exceso) ¿para qué lo hacen? No precisamente para recordar el martirio de San Ebenezer de Capadocia, muerto a escupitajos; sino para galanear y paladear la vagina de su mujer, efervescente en su clítoris tembloroso pendiente de ser saboreado, lamido, mordido y lacerado por su errado marido que mientras expulsa rectalmente gases con gran estruendo, no hace ascos a meter la nariz en esa pestilente bodega de barco pesquero, gruta de todos los males y pandemias. Con la excusa de que eso supone realizar una buena digestión, se hincan en hinojos o se transforman en cuadrúpedos para rumiar sin pausa y a un ritmo creciente el clítoris amarillento y encallecido de tanto rozar con el dedo propio, la zarpa ajena o cualquier objeto animado o inerte hasta que se desprendan chiribitas que llegan a chamuscar la matriz (signo común de feministas y peluqueras).
¡PADRES DE FAMILIA!
¡SIEMPRE DISPUESTOS A SACRIFICARSE POR CRISTO!
¡SIEMPRE PREPARADOS PARA ENDEREZAR CUERPOS Y LIBERAR ALMAS!
¡ATONTAD VUESTRO PENE CON BOFETADAS Y VAHOS DE HENO!

Difunda LA VERDAD- Remita correos

0 Comments:

Post a Comment

<< Home