Tuesday, January 31, 2006

LAS PELUQUERIAS, UNIVERSIDADES DEL PECADO

LAS PELUQUERIAS

Unidas por su común y robusto amor al MAL, ejércitos de mujeres que se califican de emancipadas, cegadas por la farmacopea y el chocolate y dejando atrás la leonera que tienen como “hogar” se reúnen en las universidades de la maleficencia que constituyen las peluquerías.
Ahí, mientras se acicalan como prostitutas babilónicas, preparan nuevas fechorías y depravaciones al tiempo que comentan con jolgorio, desparpajo y la mano dentro de las bragas todas las tropelías ya cometidas en honor a SATANÁS.
Lo que en tiempos de nuestros amadísimos progenitores fueran lugares de reunión social para que las mujeres se embellecieran corpóreamente para el sacro goce de los cónyuges y se dieran consejos apropiados para soportar el recto camino de un buen matrimonio, se ha venido en transformar en auténticas piletas de sacrificio de virtudes conyugales a las que incluso llegan a acudir mujeres solteras para iniciarse y perfeccionarse en el ejercicio del PECADO, no para ser adoctrinadas y seguir el apostolado de experimentadas matronas que les puedan guiar en como conseguir un buen esposo cristiano sino en como, verbi gratia, utilizar los músculos de la vagina como hambrientas tenazas de verga, en adoptar aquellas posturas más obscenas y simiescas rayanas en la perdida de equilibrio fisico y mental; como relajar abdominales e ingles para introducirse más objetos en sus orificios naturales
( asaz complicado es meterse un ladrillo, pero es factible con perseverancia y lascivia); como enroscar y “abrazar” con la lengua el pene del degenerado que tengan como complice en el catre; principios de la maniatación y empleo del látigo; como dilatar el ano con un filete de caballa ahumado; el placer de llevar un tanga del revés; técnicas de depilación a base de lenguetazos, y cientos de aberraciones que alegran mucho a Satanás y hacen que los Santos se llenen de pupas y naúseas, ¿qué varón podría resistirse a un jovenzuela de media melena trigueña, de carnosos labios y mediabierta boca, la cual mirando intensa y profundamente con ojos como platos pregunta con entonación cándida: “¿me va a doler?” No penseis que en estos aquelarres funestos son participes exclusivamente las hijas de Eva, hay otras “hijas” que se han erigido en reinas del lenocinio, hijas con pene propio: los hombresexuales, escuálidos, que poco a poco han asesorado a sus viboreznas clientas en como pescar maridos o mostrarles las formas de provocar mas placer al incauto macho, en ocasiones para después de dejarlo extenuado por la copulación, dejar tal despojo en manos de su invertido maestro para hacer con él lo que le plazca al carecer de capacidad de resistencia por verter su simiente en una marathoniana jodienda, vomitando de pared a pared al grito ¡es la noche de los nabos! mientras un grupo de borrachos monaguillos mostrando sus nalgas sonrosadas regueldan cada embate pélvico del sarasa. Así el varón castigado por sus necias ansias lúbricas, soberbio de escarlatina, exultante de soriasis, recorre cabizbajo las calle, sin rumbo sabiéndose portadores de la mácula de haber sido sodomizado y bajo la tesitura de tirarse al paso de un mercancías o de ofrecer su recto al más pintado.
Reflejemos una ceremonia común en una peluqueria, una pelandrusca ansiosa de entrenamiento en la fornicación, con premeditación y a sabiendas de lo que le ofrecerá este palacio de muros de estiércol, penetra, encorvada, por el peso de sus pecados y pensamientos sucísimos, con el pelo ensortijado y revuelto por ella misma, en esa caverna del frenesí, repleta de barraganas que como ella van a lo que van. La ceremonia comienza por ejemplo, con la absurda petición de cortar las puntas o hacerse la manicura para dejar mejores laceraciones en el cuerpo de su amante, se acompaña a la zorra a una silla, donde reclinada se le coloca la cabeza bajo un yugo de perversidad sobre un mefistofélico pilón donde se le aplicara agua caliente y champúes en su lúbrica melena. Es en ese momento cuando, la pecadora, comienza a entrar en un estado de sopor y relajación, fruto del insano masaje de la concupisciente peluquera, del agua tibia, de los vapores y efluvios de los geles, y porque no decirlo, de las sinvergüencerías que le indica al oido una aprendiza que ejerce de meretriz. Poco a poco, sin voluntad que domeñar, a la clienta se le retira la falda o pantalón, se les desprende de su faja o braga (¡raro es que las porten!) y sutilmente, la aprendiza, en cuestión le empieza a acariciar la pelvis, lamiendo con fiereza y ansia a su vulva vibrante y en pulsión, introduciéndole una alcachofa o una botella de gaseosa y aplicándole la matrona un tinte o el calor del secador (¡cuantas veces se ha utilizado inapropiadamente!).

¡MUJER!
¡SALVA TU MATRIMONIO Y TU ALMA INMORTAL!
¡AFEITATE LA CABEZA!

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